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Una luz mariana se ha alzado en París

Por Guillermo Gattermann Faoro

Me es difícil, lo confieso, plasmar en palabras todo cuanto mi alma ha experimentado durante esas dos jornadas excepcionales vividas en París, en el marco del coloquio titulado «La Corredención de la Santísima Virgen: contribución al debate». Y, sin embargo, debo intentarlo. Porque allí aconteció algo grande. Algo que trasciende los límites de un congreso académico o de una simple disertación teológica. He sido testigo del nacimiento de una chispa de renovación mariana, en un lugar emblemático de la cultura francesa, que bien podría dejar una huella profunda en la historia de la Santa Iglesia.

El lugar mismo ya hablaba con elocuencia: el Espacio Adenauer, en la Maison Internationale de la Cité Universitaire. Este edificio, que ha visto pasar generaciones de estudiantes venidos de todos los rincones del orbe, conserva aún el aliento del ideal universitario de una Francia civilizada y consciente de su misión. Fue allí donde, los días 23 y 24 de mayo de 2025, se abrieron dos jornadas consagradas por entero a un misterio demasiado tiempo silenciado: el de la Corredención de la Virgen Santísima.

La iniciativa partió de una realidad aún joven, pero ya luminosa: la Confraternidad María Corredentora, de la parroquia de Saint-Eugène-Sainte-Cécile, en París. Fundada como confraternidad del Rosario, esta asociación se ha propuesto caminar resueltamente en la estela de la gran tradición mariana de la Iglesia. Su misión: prepararse, mediante la oración y el estudio, para los grandes combates espirituales de nuestro tiempo, y clamar por la proclamación solemne del dogma de María Corredentora, Mediadora y Reina.

La responsable de dicha Confraternidad, Karen Darentière, es una dama joven, de fe firme y humildad luminosa. Fue ella quien abrió el coloquio con una palabra sencilla, vibrante, casi maternal. Y poco a poco, su figura discreta se impuso como ese hilo invisible pero sólido que unía cada momento de aquel acontecimiento. Su celo recuerda al de los grandes apóstoles del Rosario, y su intuición de colocar a María en el centro de la vida espiritual me pareció –y no dudo en decirlo– profética.

El público era un verdadero mosaico de riquezas: laicos comprometidos, jóvenes teólogos, madres de familia, sacerdotes revestidos con la dignidad de su sotana, religiosos y religiosas… todos unidos por una devoción común y ardiente a la Santísima Virgen. Era como una pequeña iglesia reunida, no en torno a un tema académico, sino a un misterio vivo, palpitante, celestial.

El formato del coloquio era a la vez profundo y orante: cada ponencia iba seguida de un momento de oración —rosarios, actos de fe, y la celebración solemne de las Vísperas. Las conferencias, salpicadas de proyecciones de imágenes marianas, se ajustaban al ritmo del corazón y del alma, elevando el entendimiento hacia lo alto.

Entre los oradores, el profesor Roberto de Mattei, historiador italiano de renombre por sus estudios sobre la historia de la Iglesia y la tradición católica, dejó una profunda impresión al evocar la eliminación del esquema De Beata Maria Virgine durante el Concilio Vaticano II. Mostró, con documentos en mano, cómo aquel texto preparatorio fue mutilado, minimizado y disuelto en Lumen Gentium, en nombre de un ecumenismo mal comprendido. ¡Qué tragedia! ¡Qué error tan lamentable, haber renunciado a la voz mariana en el preciso instante en que el mundo moderno se precipitaba en el olvido de la maternidad y del sacrificio! Una herida a la Tradición mariana que este coloquio ha querido, noble y valerosamente, empezar a sanar.

El padre Jean-Christophe de Nadaï, dominico, apoyándose en la doctrina de Santo Tomás de Aquino, distinguió la corredención “común a los justos” de aquella corredención única y excelsa que corresponde a la Virgen por razón de su Maternidad divina. El Abbé Patrick Troadec expuso con brillantez el vínculo entre la Inmaculada Concepción y la preparación de María para el combate del Calvario.

El padre Serafino Lanzetta mostró, con fuerza y claridad, cómo la Virginidad perpetua de María está unida a su papel de Madre espiritual en el dolor: el alumbramiento de la gracia al pie de la Cruz. Finalmente, el profesor Manfred Hauke evidenció que la Asunción, lejos de ser un simple privilegio, consagra la misión de mediación de María, comenzada en esta tierra bendita.

La mesa redonda final, animada por Jean-Pierre Maugendre, presidente de Renaissance Catholique, fue un momento de sano debate, en el que se confrontaron posturas diversas sobre la oportunidad de proclamar el título de Corredentora.

El Abbé Claude Barthe, figura eminente del clero francés tradicional, fue capellán de los pèlerinages de Chrétienté entre París y Chartres y es conocido por su sólida formación teológica, su profundo apego a la liturgia tradicional y su incansable defensa de la integridad doctrinal de la Iglesia. Con esa autoridad que confiere la fidelidad a la verdad y a la tradición, recordó la riqueza inagotable de la Escuela francesa de espiritualidad y desarrolló la luminosa idea del “sacerdocio de María”. No, por supuesto, como un sacerdocio ministerial, reservado por Cristo a los varones ordenados, sino como oblación sublime, como participación íntima y única en el Sacrificio del Redentor, mediante su unión indisoluble con la Víctima divina. Una comunión sacrificatoria que hace de Ella, en palabras que nos remiten a San Luis María Grignion de Montfort, la más perfecta cooperadora de Cristo en la salvación del mundo.

Y entonces, como corona luminosa del evento, tomó la palabra Su Excelencia Monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astaná (Kazajistán), valiente defensor de la tradición católica en estos tiempos de confusión doctrinal. Su intervención fue una llamarada de amor mariano, que reavivó en todos la esperanza. En medio de un silencio conmovedor, citó la oración milenaria del Misal romano: «¡Alégrate, Virgen María! Tú sola destruiste todas las herejías. Tú que creíste en las palabras del Arcángel Gabriel. Tú que, siendo virgen, diste a luz al Dios hecho hombre, y después del parto permaneciste intacta. ¡Oh Madre de Dios, intercede por nosotros!»

Al salir de aquella sala, sabía que no había asistido únicamente a un coloquio. Había vivido un acto de fe, un llamado, una profecía. Aquello fue una semilla. Y creo con certeza que dará fruto. Porque la Virgen María, en su misterio de Corredentora, volverá —y muy pronto— al centro de la vida de la Iglesia. Y esa luz, la vi alzarse en París.

Ahora bien, esa llama de fe, encendida en suelo francés, no puede ni debe quedarse allí. Ha de cruzar los Pirineos, alcanzar nuestra querida España y prender en tantos corazones abatidos, confundidos y heridos por los males que nos cercan, y frente a los cuales ya muchos no vislumbran salida. ¿Acaso no estaban también los apóstoles, tras la muerte del Redentor, abrumados, temerosos, sin fuerzas? Pero María estaba con ellos. María, Reina silenciosa del Cenáculo, les infundió valor y esperanza. Ella será también hoy el amparo de nuestros días oscuros. Ella volverá a encender los ánimos de un pueblo noble, que si bien parece dormido, conserva intacto el genio del heroísmo y la fe.

Aquel día, en París, algo comenzó. En un mundo eclesial que habla de María con rubor, que la margina para no incomodar a nuestros «hermanos separados», se alzó una voz. Una voz dulce y fuerte. Una voz católica. Una voz que proclama que María no es un adorno piadoso, sino protagonista del drama de la Redención. Que Ella es la Corredentora.

Y yo, testigo de aquellas jornadas, me fui transformado. El corazón inflamado. El Rosario entre mis manos. Y la certeza invencible de que esta luz mariana no se apagará. Gracias a la Confraternidad María Corredentora. Gracias a la fe mariana de Karen. Gracias a los que aún se atreven a creer en la Reina del Cielo.

Sí, una luz se ha alzado en París. Y su nombre es María, Corredentora.

Foto: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Salamanca_-_Iglesia_de_la_Vera_Cruz_12.jpg

Zarateman, CC BY-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0, via Wikimedia Commons

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