¿Sabías que la Santa Iglesia nos enseña, como verdad de fe, la existencia del Purgatorio? Sí, no es una simple creencia piadosa. Y lo más impresionante es que Dios, en su misericordia, ha querido confirmarlo con visiones concedidas a algunos santos.
Entre ellos resplandece Santa María Magdalena de Pazzi, aquella carmelita florentina del siglo XVI, que recibió numerosas revelaciones sobre las penas purificadoras de las almas. Sus testimonios no dejan indiferente a nadie: conmueven por la viveza con que describe los tormentos… y por la esperanza que, a pesar de todo, anima a esas almas que aguardan el cielo.
Imagina la escena: una noche, paseando con sus hermanas por el jardín del convento, de repente la santa entra en éxtasis. Se la oye repetir dos veces: «Sí, daré la vuelta. Sí, daré la vuelta». ¿Qué significaba aquello? Era su ángel custodio invitándola a visitar el Purgatorio. Y ella, con esas palabras, aceptaba el viaje. Las hermanas, asombradas y temerosas, la veían iniciar aquella misteriosa experiencia.
Primero, un suspiro profundo… y enseguida un grito desgarrador: «¡Oh, compasión! ¡Piedad, Dios mío, piedad! ¡Oh, preciosa Sangre de mi Salvador, desciende y libera estas almas de sus penas!». Aquellas voces eran como llagas abiertas, pero no desesperadas: porque esas almas sufrían con tormentos horribles, sí, pero con la certeza de que su dolor era pasajero y de que la gloria eterna estaba ya esperándolas.
Y lo que vio después estremece. Lugares reservados para sacerdotes y religiosas que no habían sido fieles a su consagración… cárceles para almas sencillas, que debían pasar alternativamente del hielo al fuego… prisiones cada vez más espantosas: hipócritas atravesados por espadas, desobedientes aplastados bajo un molino, mentirosos con plomo fundido en la boca y sumergidos en estanques helados.
También los avaros, que se derretían «como plomo en el horno»; los impuros, recluidos en antros nauseabundos; los soberbios, hundidos en densas tinieblas; los ingratos, ahogados en un lago de plomo fundido por no haber amado nunca a Dios. Y finalmente, las almas que habían caído en pequeñas faltas repetidas: ellas sufrían de todos los castigos, aunque en grado menor.
Todo aquello duró más de dos horas. Cuando la santa volvió en sí, estaba tan agotada que tardó días en reponerse. Sus lágrimas, sus temblores, daban fe de lo que había visto. Pero, ¡atención! También de lo que había comprendido: que todas esas almas, purificadas entre dolores indescriptibles, estaban destinadas al cielo.
Este relato fue recogido por su confesor, el padre Virgilio Cepari SJ, y transmitido después por el padre Louis-Eugène Louvet en su obra El Purgatorio según las revelaciones de los santos (1879). ¿Y sabes qué buscaba el padre Louvet al difundirlo? No provocar un miedo estéril, sino encender el amor hacia esas almas que esperan y el deseo de ayudarlas con nuestras oraciones, sacrificios y sobre todo con la Santa Misa.
Porque sí: esas almas son nuestras hermanas, cercanas, necesitadas. Nos esperan. Y tú y yo, al leer este testimonio de Santa María Magdalena de Pazzi, estamos invitados a vivir nuestra vida cristiana con mayor seriedad, y a practicar con fervor esa obra de misericordia tan grande: rezar por los difuntos.
Ellos sufren… pero esperan. Y nuestra oración puede ser su alivio y su camino hacia la gloria eterna.
Fuente: Padre Louis-Eugène Louvet, El Purgatorio según las revelaciones de los santos.
Foto: ChatGPT (OpenAI).
El padre Louis-Eugène Louvet fue un misionero católico francés del siglo XIX, conocido por su trabajo en las misiones de Cochinchina (actual Vietnam del Sur). Escribió, en particular, una biografía de monseñor Puginier, obispo de Mauricastre y vicario apostólico de Tonkín occidental, publicada en Hanói en 1894. Los escritos del padre Louvet reflejan una espiritualidad misionera profundamente arraigada en la tradición católica.