Tú y yo vamos a comparecer un día ante Dios. No es una amenaza: es una verdad que ilumina. La Iglesia nos lo recuerda con sabiduría: “Piensa en tus fines últimos y no pecarás.” Cuando recuerdas el Purgatorio, recuerdas también que tu vida es seria, que cada acto construye tu eternidad, y que tu amor —o tu indiferencia— deja huella.
Pero no tengas miedo. Pensar en el Purgatorio es un llamado de amor. Las almas que están ahí ya son de Dios; solo necesitan purificarse para verlo cara a cara. Sus sufrimientos deberían animarte a vivir con un corazón más generoso, más humilde, más entregado.
Dímelo sinceramente: ¿no preferirías reparar hoy tus faltas con amor, en libertad, que tener que hacerlo después, en esas purificaciones dolorosas?
Si guardáramos esta verdad del Purgatorio en el corazón cada día, ¡cuántos pecados evitaríamos! ¡Cuánta paciencia tendríamos! ¡Cuánta caridad practicaríamos con alegría! Al pensar en el Purgatorio, tu alma se despierta, tus decisiones cambian y tu camino hacia el Cielo se vuelve más recto, más luminoso.
Y ahora, déjame contarte una historia que habla directamente a tu corazón. En un pequeño pueblo, la campana de la iglesia sonaba siempre para bodas, misas y fiestas. Pero una tarde sonó con un tono distinto: algo terrible había ocurrido. Un joven, engañado por un cómplice sin alma, había participado en un plan monstruoso: asesinar a su propia madre.
La llevaron a una laguna fangosa. La mujer, con su delantal todavía puesto, luchaba por salir; sus brazos se estiraban hacia la orilla, hacia su hijo… hacia esas manos que un día la habían sostenido mientras él aprendía a caminar. El cómplice, frío como una piedra, la empujaba cada vez que ella lograba tocar la tierra.
Pero de pronto, en el corazón del hijo algo se rompió. La miró a los ojos… y la dureza se deshizo. Dio un paso, extendió la mano. Fue un gesto pequeño, pero lleno de arrepentimiento. El cómplice, furioso, la empujó de nuevo hacia los remolinos. El agua oscura se cerró. Silencio. El joven quedó paralizado mirando su mano vacía: había querido salvarla… pero ya era tarde.
El Purgatorio se parece a ese lago invisible. Allí, padres, abuelos, amigos —quizá almas que tú descuidaste, quizá personas a quienes ayudaste poco— luchan entre la justicia y la misericordia. Te extienden los brazos: “¡Ayúdame! Una Misa, un rosario, una penitencia puede sacarme de estas aguas ardientes.”
Mientras tú sigues tu rutina, tu trabajo, tus fiestas… ellos esperan. No te reprochan: esperan. Porque por el Cuerpo de Cristo seguimos unidos.
Y tú, ¿qué harás? ¿Repetirás el gesto cruel del cómplice, empujándolos al olvido con tu indiferencia? ¿O serás ese hijo que finalmente despierta, se inclina… y toma la mano que se le ofrece?
La Iglesia lo enseña con claridad: quienes se entregan a ayudar a las almas del Purgatorio reciben gracias inmensas. Dios devuelve con desbordante generosidad todo acto de misericordia: “Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.”
Y esas almas, cuando lleguen al Cielo, no te olvidarán. Intercederán por ti. Te acompañarán cuando llegue tu hora. Te defenderán en tu juicio. San Agustín lo decía sin rodeos: “Nunca he leído que quien reza por los difuntos haya tenido una mala muerte.”
Hoy te necesitan. Mañana, serán ellas quienes salgan a tu encuentro, quienes abran para ti la puerta del Paraíso. Libéralas… y ellas te impedirán caer en ese mismo lago de purificación.
¿Qué puedes hacer desde hoy? Muy simple, y a la vez inmenso: Ofrece una Misa por un difunto. Reza un rosario por las almas del Purgatorio. Haz un pequeño sacrificio y entrégaselo a Dios por ellas.
¡Únete y ayuda a las almas que esperan nuestras oraciones!
Oratorio Virtual por las Almas del Purgatorio – España
No esperes. Ellos te tienden la mano desde esas aguas invisibles. Toma su mano. Sácales. Y un día, cuando tú necesites cruzar ese umbral, ellos te llevarán directamente a la luz.
Fuente: “Un mes con nuestros amigos: las almas del Purgatorio? Conocerlas, rezarles, liberarlas.” Padre Martin Berlioux
Foto: Alonso Cano (1636) pour un retable del Convento de Monte-Sion. Jl FilpoC, CC BY-SA 4.0 via Wikimedia Commons
