Judas Macabeo fue un hombre de fe y de coraje. Dios le confió la misión de defender a Israel, su Ley y su Templo. Tras una gran victoria, derrotó a los enemigos del pueblo elegido. Su primer impulso fue caer de rodillas y dar gracias al Señor de los Ejércitos.
Pero, al levantarse, contempló con respeto y dolor los cuerpos de sus compañeros caídos. Con reverencia recogió aquellos restos y los depositó en la tumba de sus padres. No se conformó con el homenaje exterior: pensando en el destino eterno de sus almas, organizó una colecta entre sus hombres y envió doce mil dracmas de plata a Jerusalén, para ofrecer sacrificios de expiación por los pecados de los difuntos.
La Escritura sagrada comenta este gesto con palabras inmortales: «Es un pensamiento santo y saludable orar por los muertos, para que sean liberados de sus pecados» (2 Mac 12, 46).
Más de dos mil años nos separan de este episodio, y sin embargo la enseñanza es eterna: rezar por los difuntos es una obra santa y agradable a Dios. Judas Macabeo nos da un ejemplo luminoso de fe, esperanza y caridad. También nosotros debemos seguirlo, orando por las almas del purgatorio y participando en su liberación.
En el mundo cristiano se sabe que la oración de los vivos beneficia a los difuntos. Pero se olvida demasiado que nuestras oraciones por ellos también nos benefician a nosotros. ¡Misterio admirable de la Comunión de los Santos!
San Alfonso María de Ligorio, San Roberto Belarmino y San Francisco Suárez, entre otros grandes doctores, enseñaron lo mismo: podemos invocar con justicia y gran provecho a las almas del purgatorio para alcanzar gracias tanto espirituales como temporales.
Existen gracias particulares que parecen estar especialmente confiadas a las ánimas: la curación en la enfermedad, la protección en peligros del cuerpo y del alma, la armonía en el hogar, la obtención de un trabajo digno… Dios, que conoce nuestra debilidad y cuánto valor damos a estos bienes, quiso ponerlos en manos de las almas sufrientes, para que, movidos por el interés humano, no dejemos de socorrerlas con nuestras oraciones.
De este modo, cada oración, cada misa, cada sacrificio ofrecido por ellas nos vuelve como bendición. Mientras nosotros les damos alivio y apresuramos su entrada en el Cielo, ellas nos rodean de gracias y consuelos, aquí en la tierra y más tarde en la eternidad.
Así imitamos a Judas Macabeo, cumplimos el mandato de la Escritura y nos unimos al ejército de caballeros cristianos que aman, luchan y oran no solo por los vivos, sino también por los difuntos.
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Oratorio Virtual por las Almas del Purgatorio – España
Quien ayuda a las almas olvidadas, encontrará en el día de su juicio la ayuda poderosa de esas mismas almas, agradecidas por toda la eternidad.
Fuente: Padre Martin Berlioux, Un mes con las almas del purgatorio
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