En un momento de la historia el divorcio era un hecho impensado, no existía, menos en los ambientes católicos. Era un hecho socialmente rechazado y mal visto, ya que se trataba de la destrucción de la familia como base de la sociedad, o sea, lo que la sostenía y mantenía firme. Además, se tenía mucho más cuidado cuando se trataba de un sacramento tan sagrado como lo es el matrimonio.
Hoy en día, y a raíz de la tan controvertida ley de divorcio civil, se ha convertido en un hecho casi totalmente aceptado y normalizado por la sociedad en general. Inclusive por los católicos. El paradigma ha cambiado, ya no se ve a la familia como piedra fundamental para sostener la armonía de una sociedad, sino que se ha corrido la mirada hacia uno mismo. Muchas veces, las personas buscan el bien o la felicidad individual, ya no estando dispuestos a luchar por un bien mayor, que implique un sacrificio.
Es por ello que, actualmente y desde hace algunos años, comienzan a verse las consecuencias que dejan en los hijos la ruptura de una familia. La mayoría de las veces, son consecuencias psicológicas que no se asocian al divorcio de los padres, ya que está visto como algo completamente normal, pero no lo es. Por eso, lleva mucho tiempo darse cuenta el origen de nuestros sufrimientos, para poder sanarlos.
Teniendo en cuenta algunas cifras del Instituto Nacional de Estadística, en España hubo 81.300 durante el año 2022, más de la mitad tenían hijos. Imaginemos la cantidad de niños que han visto a sus familias romperse ese año.
Según terapeutas, las consecuencias más inmediatas y a la vista son: “(…) problemas de adaptación, tasas superiores de agresión, delincuencia o consumo de drogas que en familias unidas, conducta delictiva o consumo de drogas, puntuaciones extremas de depresión o baja autoestima o mayor hostilidad y pérdida de afecto entre hermanos.”
Pero existe otro tipo de consecuencias, más profundas e incomprendidas. Tal es el caso de la hermana Francesca de los tres corazones de Jesús, María y José. Ella es monja contemplativa, y en el blog “Life living wounds”, contó que su único recuerdo de su infancia en Bronx, EE.UU. fue cuando su padre abandonó el hogar a sus 4 años.
No fue hasta entrada su adultez, que se dio cuenta de cuanto le había afectado psicológicamente el divorcio de sus padres. De hecho, no podía renovar sus votos perpetuos. En ese momento de dudas, tuvo que ir a cuidar a su padre moribundo, costándole mucho volver al convento luego de su fallecimiento.
En ese momento, fue a comulgar y cuenta lo siguiente: «Sentí poderosamente la presencia de San José a mi lado, mientras me arrodillaba, diciéndole a mi corazón `Yo también soy tu padre´». Entre lágrimas, sintió por primera vez el amor “fiel y firme de un padre”.
A partir de allí, comenzó a vislumbrar como el divorcio de sus padres le había afectado, sin que se hubiera dado cuenta y dice:
«Intenté con todas mis fuerzas ser la monja `perfecta´… esforzándome por hacer todo bien por fuera mientras por dentro me estaba desmoronando. Cada día era una batalla contra la soledad, la culpa, la inseguridad, la ansiedad, la depresión y la ira. Al provenir de hogares destrozados, a menudo desarrollamos las no tan saludables habilidades de control y perfeccionismo, creyendo inconscientemente que es nuestro trabajo asegurarnos de que las cosas no se desmoronen nuevamente».
Para ella, San José es su “guardián y pilar fuerte y fiel del camino de sanación». “Nunca me di cuenta de hasta qué punto mi cabeza estaba llena de un flujo constante de pensamientos críticos y desalentadores que creía que eran verdad». San José «También me condujo a Nazaret a través de la meditación, me llevó a experimentar lo que es vivir en la más sana de las familias unidas y el amor perfecto de Jesús, María y José comenzó a expulsar mis temores al rechazo y al abandono. Luchando siempre por un sentido de pertenencia, finalmente encontré un lugar donde encajo como soy», concluye.
Daniel y Bethany Meola fundaron “Life-Giving Wounds”, una fundación creada para hacer apostolado y reparar los daños psicológicos y espirituales de las personas que han sufrido la disolución de sus familias. También publicaron el libro “Heridas que dan vida: una guía católica para la curación de hijos adultos de divorcio o separación” (Ignatius Press, 2023).
Allí cuentan que la ayuda de los profesionales no es suficiente para sanar ese tipo de heridas, se necesita también, y fundamentalmente, la ayuda espiritual. «Entre las muchas heridas causadas por la ruptura familiar está la herida en la fe, ya que una persona puede preguntarse “¿Por qué, Dios?” y comenzar a dudar del amor de Dios Padre por ellos. Lo vemos cada día en nuestro apostolado. Las grandes preguntas por el sufrimiento, el significado de la vida o quién es Dios y si nos ama no pueden ser respondidas solo por la psicología», agregan.
También, desde su experiencia, explican el efecto “bola de nieve” y la normalización que genera la cantidad de divorcios: «Las personas con divorcios en sus círculos sociales tienen más probabilidades de divorciarse. Ha habido un efecto bola de nieve, hasta el nivel sin precedentes de la actual normalización de las rupturas», dicen.
Además, comentan sobre la apatía que experimentan los católicos frente al divorcio: «Muchos se encogen de hombros y evitan hablar de ello, o peor aún, lo celebran, cuando se debería luchar por el matrimonio y la reconciliación, recordando la belleza, sanación y alegría que puede llegar a ellos y a sus hijos al perseverar en su vínculo”. Y agregan que «el matrimonio no es solo para mí, sino para Dios, para el bien de mi familia, de mi cónyuge, de mis hijos y del mundo entero. Es mucho más que mi felicidad y relación personal, como se puede ver en lo destructivo que es el divorcio para los hijos y para sus futuros hijos».
Para finalizar, es importante destacar la opinión de Daniel y Bethany Meola respecto de cómo se ha infiltrado el divorcio en la Iglesia y el rol que debería cumplir. Ellos creen que hay tres causas principales que pueden explicar dicha infiltración. Principalmente, dicen que «el pensamiento, comportamientos y tendencias culturales se han infiltrado en la Iglesia y en las decisiones de los matrimonios».
En segundo lugar, hablan sobre el pecado, expresando que «el matrimonio no es fácil» y que «los católicos no son inmunes a los desafíos que enfrenta todo matrimonio (…) en una sociedad que ofrece soluciones fáciles para situaciones difíciles».
Y finalmente, en tercer lugar, les entristece ver que «la Iglesia no siempre ofrece mucha ayuda a los cónyuges», aclarando que «se necesita mucho más apoyo para los hijos adultos de divorciados para que el ciclo se detenga en sus vidas y vocaciones: estadísticamente, los hombres y mujeres que provienen de hogares rotos tienen más probabilidades de divorciarse, por lo que si no se cura, se puede transmitir a las generaciones siguientes».
El objetivo de su apostolado es ayudar a las personas a recuperar la esperanza y a «construir su identidad en sus orígenes en Dios, en que todos somos queridos por Él e imágenes suyas».
Foto: https://pixabay.com/fr/photos/gar%C3%A7on-en-regardant-cl%C3%B4ture-529065/