¿Sabías que puedes cambiar la eternidad de un alma con un solo acto de amor? La Iglesia lo enseña desde siempre: después de la oración, la caridad es el medio más poderoso para aliviar a las almas del purgatorio.
No es una idea poética, es una verdad de fe. Las almas del purgatorio ya están salvadas, pero necesitan purificarse antes de contemplar a Dios cara a cara. Sufren no por castigo, sino por amor: porque anhelan al Señor y aún no pueden alcanzarlo.
Y nosotros —sus hermanos todavía en camino— podemos socorrerlas. No con palabras vacías, sino con actos que abren el corazón de Dios.
Santo Tomás de Aquino afirmaba que la caridad, vivida en plenitud, puede incluso superar a la oración en su eficacia. Porque la caridad es participación directa en el amor divino: unirse a Cristo que se ofrece, consuela y redime.
El Catecismo nos lo recuerda: «Nuestra oración por las almas difuntas no solo puede ayudarlas, sino también hacer eficaz su intercesión por nosotros» (CEC 958). Es un misterio de comunión y reciprocidad: cuando tú oras o haces el bien por ellas, ellas oran por ti desde el fuego del amor que las purifica.
Dar de comer al hambriento, vestir al pobre, visitar al enfermo, perdonar… son actos de caridad corporal que Dios convierte en luz. Pero hay otra forma más silenciosa: la caridad espiritual, esa que no se ve pero se siente —escuchar al que sufre, consolar, animar, orar. Cada gesto hecho por amor auténtico tiene un valor eterno.
Una familia lo experimentó así. Era otoño. En una pequeña habitación, una joven se consumía lentamente por una enfermedad incurable. Los médicos habían agotado todo recurso. Pero al acercarse noviembre —el mes dedicado a los fieles difuntos— la familia decidió recurrir a quienes mejor entienden el sufrimiento: las almas del purgatorio.
Cada noche, frente a una pequeña imagen de San José, encendían una vela, rezaban el rosario y el salmo De Profundis. Dos intenciones llenaban sus corazones: la liberación de las almas en espera y la sanación de su hija.
Los primeros días solo trajeron paz, pero pronto se notó algo más: la respiración se hizo más fácil, la fiebre disminuyó, el rostro de la enferma recuperó luz.
Las oraciones continuaron, las manos se aferraban al rosario, y la caja destinada a las misas por los difuntos comenzó a llenarse con monedas discretas.
Al final del mes, ocurrió lo impensable. La joven, que no podía caminar, se levantó y fue por sí misma a la iglesia. Los médicos no hallaron explicación. Pero la familia sí: las almas del purgatorio habían respondido.
Porque el amor nunca queda sin fruto. Ni en la tierra ni más allá del velo.
¿Y tú? ¿Has ofrecido alguna vez una misa por tus padres, tus abuelos, tus amigos fallecidos? ¿Has pensado que tus oraciones pueden abrirles las puertas del Paraíso?
La caridad no se queda en este mundo. Traspasa el tiempo y el espacio. Cuando rezas, das, perdonas u ofreces una misa, estás construyendo un puente entre tu alma y las que esperan la visión de Dios.
No dejes pasar un día más. Haz memoria de quienes te amaron. Reza por ellos. Ofrece una misa.
Para eso, te invitamos a unirte al Oratorio para las Pobres Almas del Purgatorio:
Oratorio Virtual por las Almas del Purgatorio – España
Y recuerda: al ayudar a las almas del purgatorio, también estás preparando tu propio camino hacia el cielo.
Porque la caridad es la llama que nunca se apaga. Y en esa llama, Dios purifica, une y salva.
Fuente: “Un mes con nuestros amigos: las almas del Purgatorio? Conocerlas, rezarles, liberarlas.” Padre Martin Berlioux
Foto: San Bruno rezando en el desierto. Nicolas Mignard, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons.