Quisiera hablarte hoy de un sacerdote que el mundo moderno ha relegado al olvido, pero cuya voz resuena como un clarín en medio del silencio cobarde de tantos púlpitos: el padre Martin Berlioux, humilde párroco de Grenoble en el siglo XIX, y gran apóstol de la devoción en favor de las almas del purgatorio.
Este pastor sencillo, sin buscar honores ni fama, dedicó su vida a un combate heroico: mantener viva en las almas católicas la verdad tremenda y consoladora del purgatorio. Una verdad que el espíritu del mundo ha conseguido acallar, incluso dentro de la Iglesia.
En su obra “Mes de las almas del purgatorio”, publicada en 1880 con la aprobación de su obispo, el P. Berlioux reunió enseñanzas, testimonios y oraciones sobre este misterio donde se abrazan la justicia de Dios y la infinita misericordia de Cristo. Sus palabras no son frías especulaciones teológicas, sino llamas vivas de fe y de caridad.
Permítame, querido lector, recordarle uno de los pasajes más conmovedores que él mismo transmite.
Un sacerdote —predicando sobre el purgatorio— contó esta experiencia personal:
“Hace pocos días recibí la noticia de que mi padre había muerto. Aquella noticia me desgarró el corazón. Estaba lejos de mi familia, y no tuve el consuelo de cerrar con mis propias manos aquellos ojos que tanto habían brillado de ternura por mí.
Pero en medio del dolor, una esperanza me sostiene: puedo rezar por él. Cuando subo al altar para ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa, siento su presencia invisible a mi lado. Creo firmemente que mis oraciones acortan sus sufrimientos en el purgatorio, que le ayudan a abrir más pronto las puertas del Cielo.
Allí me espera, en la casa del Padre. ¡Qué fuerza me da esta certeza! Por eso os ruego, hermanos, que recéis también por él. Cada oración vuestra es un acto de caridad inmenso. Puede abrirle el Cielo.”
¡Qué luminoso testimonio! ¡Qué enseñanza vibrante! El purgatorio —dice el P. Berlioux— es una invención maravillosa de la misericordia divina: concede a tantas almas la posibilidad de purificarse, de reparar, de alcanzar la gloria eterna.
Amigo lector, ¿qué nos pide este sacerdote del siglo XIX? Lo mismo que pide hoy la Iglesia militante a cada católico fiel: recemos por las almas del purgatorio. Porque algún día seremos nosotros quienes aguardemos, entre llamas purificadoras, una oración, una misa, un rosario… un acto de caridad que nos abra las puertas eternas.
No olvidemos a esas almas. Ellas claman por nosotros. Y cuando lleguen al Cielo, intercederán con gratitud ardiente ante el trono de Dios por quienes no las dejaron solas en la hora decisiva.
Pero permitidme añadir una reflexión más. España, que un día deslumbró al mundo católico con el brillo de su fe, hoy es tristemente conocida por dar malos ejemplos de apostasía, indiferencia y desmoronamiento moral. Si una seria meditación sobre las verdades eternas —esas que la Iglesia llama las últimas: la muerte, el juicio, el infierno, el purgatorio y el paraíso— volviese a resonar en todos los púlpitos, ¿no podríamos esperar conversiones, lágrimas de arrepentimiento, almas salvadas?
Por eso te lo digo con el ardor de un cruzado: te recomiendo el Oratorio de las pobres almas.
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Es una red de oración que crece en toda España, bajo la protección de la Virgen del Carmen. Quienes se inscriben reciben el fruto de oraciones, sacrificios, Misas ofrecidas. Y lo más hermoso: aseguran que también ellos serán ayudados en la hora de su juicio y purificación.
¿Te unirás? Las almas te lo agradecerán. Y tú, algún día, también.
Bajo el manto de la Virgen del Carmen, miles de personas en España rezan, ofrecen sacrificios y Misas por los difuntos. Y al hacerlo, aseguran también que un día… alguien rezará por ellos.
Fuente: Padre Martin Berlioux, Un mes con las almas del purgatorio
Ranoutofusername, CC BY-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0, via Wikimedia Commons