Hay noticias que conmueven no solo por el hecho en sí, sino por el espíritu que revelan. Esta es una de ellas. Se trata de un médico que se atrevió a levantar la voz cuando todo a su alrededor guardaba silencio… y pagó un precio altísimo.
El doctor Allan Josephson, prestigioso psiquiatra infantil y jefe durante años de la división de Psiquiatría y Psicología del Niño y del Adolescente en la Universidad de Louisville (EE. UU.), fue despedido y humillado por decir algo que para muchas familias aún es puro sentido común: los niños con confusión de identidad sexual no deben ser sometidos a tratamientos hormonales o quirúrgicos que los marquen para siempre.
Su calvario empezó en 2017, cuando participó en un debate público en la Heritage Foundation sobre los riesgos de las llamadas “transiciones de género” en menores. Aquellas palabras, prudentes pero firmes, bastaron para que algunos activistas del centro LGBT de su propia universidad exigieran su cabeza. Primero lo degradaron, luego le recortaron el sueldo, hasta que en 2019 lo expulsaron de la institución a la que había servido con distinción.
Imagine por un momento lo que eso supone: perder el cargo, el prestigio, la seguridad económica y ver su nombre manchado… todo por negarse a callar cuando veía peligrar el bienestar de los pequeños pacientes que juró proteger.
Pero la verdad no siempre pierde. Tras años de batallas legales, el tribunal federal de apelaciones dio la razón al Dr. Josephson. Esta semana, la Universidad de Louisville ha sido condenada a indemnizarle con 1,6 millones de dólares por violar su libertad de expresión.
Al conocer la sentencia, el médico declaró con serenidad: “Los niños merecen algo mejor que intervenciones que arruinan sus vidas y destruyen su capacidad de vivir plenamente. Me alegra que mi caso ayude a otros profesionales a reconocer que alterar el sexo biológico es peligroso, mientras que aceptar el propio sexo conduce al auténtico desarrollo.”
¿No le emociona, amigo lector, escuchar estas palabras de un científico que habla no con ideología, sino con la voz de la razón y del deber médico?
El abogado Travis Barham, de Alliance Defending Freedom, que defendió al doctor, subrayó: “El Dr. Josephson arriesgó su carrera y su reputación para decir la verdad con valentía, y la universidad lo castigó. Después de varios años, la libertad de expresión y el sentido común han logrado una gran victoria en los campus.”
Este episodio revela hasta qué punto la ideología de género ha subyugado el mundo académico y sanitario en Estados Unidos, pero también que la valentía puede abrir grietas en ese muro.
Hay algo profundamente caballeresco en la actitud de este médico: defender a los más débiles —los niños— frente a las modas ideológicas y resistir la presión de quienes preferían sacrificar la verdad para quedar bien con el poder.
Querido lector, compartimos esta historia porque en España y en toda Hispanoamérica también se libra la misma batalla cultural. Necesitamos hombres y mujeres que no teman decir lo evidente: que los niños no son campo de experimentación, que su integridad física y emocional es sagrada.
El Dr. Josephson ha demostrado que el precio de la verdad puede ser alto… pero que vale la pena pagarlo. Que su ejemplo nos recuerde que la ciencia y la compasión auténtica no se oponen, y que la defensa de la infancia exige coraje, honor y un amor sincero por la verdad.
¿Estamos nosotros dispuestos a mostrar ese coraje?
Foto: Petra de Pixabay