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El amor que no muere: cómo tus oraciones pueden abrir el Cielo

La Iglesia nos enseña una verdad consoladora: nuestras oraciones, actos de caridad y sacrificios pueden aliviar a las almas del purgatorio y acelerar su entrada en la bienaventuranza eterna.

El Concilio de Trento lo afirmó con claridad: “Creemos que las almas detenidas en el purgatorio son aliviadas por los sufragios de los fieles.”

Esa enseñanza revela algo profundo: la Iglesia no está dividida entre los vivos y los muertos. Formamos una sola familia, unida por la caridad. Nuestros seres queridos que han partido siguen perteneciendo al mismo Cuerpo de Cristo.

El amor no termina con la muerte. San Pablo lo dijo: “La caridad no pasa jamás.”

Los justos que han dejado este mundo no están lejos; son nuestros amigos, nuestros hermanos, y esperan nuestra ayuda.

El Padre Faber lo expresó con una frase luminosa: “Dios nos ha dado tal poder sobre esas almas que su suerte parece depender más de la tierra que del cielo.”

¡Qué misterio tan grande! Y qué hermosa responsabilidad: podemos ayudar a quienes sufren entre las manos de la Justicia divina. Tú puedes hacerlo, hoy mismo.

¿Cómo? Con tus oraciones, tus sacrificios, y sobre todo, ofreciendo el Santo Sacrificio de la Misa por ellas.

A veces, una historia ilumina más que un tratado entero.

Entre los relatos que han conmovido a los creyentes, hay uno que nos dejó Jean Gerson, el gran canciller de la Universidad de París en el siglo XV. Lo escribió para recordarnos que el amor verdadero no se apaga con la muerte.

Cuentan que un joven dormía cuando una luz extraña llenó su habitación. En medio del silencio, una voz quebró la noche: “Hijo mío, soy tu madre… acuérdate de mí.”

El muchacho reconoció de inmediato aquella voz. La figura, envuelta en tristeza, le habló con dolor y ternura: “Sufro en el purgatorio. Las llamas son terribles, pero el peor tormento no es el fuego… es el remordimiento de haber amado tan poco a un Dios tan bueno. Si me amas todavía, reza por mí, ofrece misas, y promete servir a Dios mejor de lo que yo lo hice.”

El joven cayó de rodillas, temblando. Había olvidado a su madre, había dejado que el tiempo borrara su memoria.

Al amanecer, fue directo a la iglesia, pidió misas por su alma y comenzó una vida nueva. Oraba, ayunaba, ofrecía todo por las almas del purgatorio. Su fe se transformó. Los testigos de su época contaron que murió en olor de santidad, convencido de que su madre había alcanzado el cielo.

El grito de aquella madre sigue resonando siglos después: “El mayor sufrimiento no es la llama, sino haber amado a Dios con tibieza.”

Tú también puedes hacer lo mismo.

Tal vez hay alguien que amaste y que ahora parece lejos. No te resignes a la distancia. Tu oración puede alcanzarlo.

Cuando ofreces una misa, cuando rezas un rosario, cuando soportas un dolor con paciencia, estás diciendo a Dios: “Señor, por amor a Ti, y por las almas que esperan tu luz.”

Nada se pierde. Cada acto de amor llega al cielo como una chispa que ilumina el purgatorio.

Y un día, esas mismas almas, ya purificadas, intercederán por ti, recordando tu caridad cuando llegue tu propia hora.

Para eso, te invitamos a unirte al Oratorio Virtual por las Almas del Purgatorio:

 Oratorio Virtual por las Almas del Purgatorio – España

Apresurémonos, entonces, a socorrerlas. Ellas nos necesitan.
Y nosotros necesitamos su intercesión.

La Iglesia Triunfante, la Iglesia Purgante y la Iglesia Militante somos una sola familia: una comunión de amor que vence al tiempo y a la muerte.

Ofrece una misa. Reza un rosario. Haz un sacrificio por ellas.

Y cuando lo hagas, recuerda: no hay caridad más pura que la que se extiende hasta los que ya no pueden pedir ayuda por sí mismos.

Porque en el corazón de Dios, el amor nunca se apaga… solo se transforma en luz.

Fuente: “Un mes con nuestros amigos: las almas del Purgatorio? Conocerlas, rezarles, liberarlas.” Padre Martin Berlioux

Foto:  Las almas del Purgatorio en la iglesia de Ánimas en Santiago de Compostela. Haylli, CC BY-SA 4.0 via Wikimedia Commons

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