¿Sabías que puedes cambiar la eternidad de un alma con tus gestos de amor? No es una metáfora. Es una verdad de fe.
Después de la oración, la caridad es el medio más poderoso para aliviar a las almas del purgatorio. Así lo enseña la Iglesia desde los primeros siglos. El Evangelio presenta la caridad como el corazón de la vida cristiana, y Santo Tomás de Aquino llega a decir que puede incluso superar a la oración en su poder de reparación.
¿Por qué? Porque quien ama, se asemeja a Cristo, que amó hasta la cruz.
La caridad corporal —dar de comer, vestir, cuidar, acompañar— toca directamente el corazón de Dios. La Escritura dice que la caridad borra una multitud de pecados, atrae la misericordia divina y conduce a la vida eterna. Pero no se trata solo de lo material.
También existe la caridad espiritual, más silenciosa y profunda: consolar, escuchar, animar, orar por quien sufre. Cada vez que lo haces con amor puro, tu gesto se convierte en un puente entre la tierra y el cielo.
Cuando practicas la caridad, alivias los dolores de este mundo… y también los de las almas que se purifican en el amor de Dios.
A lo largo de la historia, muchos santos han vivido esta verdad con una intensidad que asombra. Sus vidas son testimonio de cómo el amor ofrecido con fe puede alcanzar el cielo y transformar el destino de las almas. Una de esas historias nos llega desde la Toscana medieval, en el siglo XIII, y sigue conmoviendo a quienes creen que nada hecho por amor se pierde.
En una casa noble nació Catalina de Cortona (1247 – 1297) —en religión, María Margarita de Cortona—, una niña de rostro angelical y corazón ardiente. Desde pequeña pasaba horas de rodillas, rezando en secreto. Pero su infancia se quebró pronto: a los siete años perdió a su padre.
Una noche, mientras vela sola, una luz roja inunda su habitación. En medio de ella aparece su padre, envuelto en llamas. “Hija mía —le dice con voz temblorosa—, la justicia divina me retiene en el fuego hasta que tu penitencia haya pagado mi deuda.”
Catalina no duda. Al día siguiente comienza una vida de oración y sacrificio. Ayuno, vigilias, oraciones, lágrimas… todo lo ofrece por el alma de su padre. Los que la rodean intentan detenerla, pero ella responde con serenidad: “No puedo dejarlo solo entre las llamas.”
Pasado un tiempo, el padre se le aparece nuevamente, esta vez resplandeciente: “Dios ha escuchado tus actos de amor; entro ya en la gloria. Pero sigue, hija, ofrece tus obras por las almas que aún esperan.”
Catalina comprende su misión. Desde entonces reza y se sacrifica sin descanso por los difuntos. Dirá más tarde: “Cuando se ha visto lo que es el purgatorio, no se puede permanecer indiferente.”
Su testimonio sigue siendo una llamada viva. La caridad, cuando se ofrece por amor, alcanza el cielo y libera almas. Tú también puedes hacer lo mismo. No necesitas ser santo para ofrecer consuelo a las almas del purgatorio. Basta con amar, rezar y ofrecer tus obras con intención.
Cuando das limosna con fe, cuando rezas por los difuntos, cuando encargas una misa por tus padres, tus abuelos o tus amigos fallecidos, estás enviando luz al más allá. Y esa luz vuelve hacia ti, multiplicada en gracia.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos lo recuerda: “Nuestra oración por los difuntos no solo puede ayudarlos, sino también hacer eficaz su intercesión por nosotros.”
Así se cumple la comunión de los santos: tú ayudas a quienes se purifican, y ellos interceden por ti ante Dios. No dejes pasar un día más. Toma tu rosario. Ofrece una misa. Haz un acto de caridad. Da una limosna por los difuntos.
Cada gesto de amor sincero es una chispa que atraviesa las sombras del purgatorio. Cada oración es una llave que abre la puerta de la eternidad.
Para eso, te invitamos a unirte al Oratorio para las Pobres Almas del Purgatorio:
Oratorio Virtual por las Almas del Purgatorio – España
Las almas te esperan. Y Cristo mismo sonríe cuando una llama de caridad en la tierra se convierte en luz para el cielo.
Fuente: “Un mes con nuestros amigos: las almas del Purgatorio? Conocerlas, rezarles, liberarlas.” Padre Martin Berlioux
Foto: Santa Maria Margarita de Cortona. Sailko, CC BY-SA 4., via Wikimedia Commons.