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No solo podemos ayudar a las almas del purgatorio… debemos hacerlo.
Se lo debemos a Dios, nuestro Padre lleno de misericordia, que las ama con ternura y desea recibirlas en la gloria del Cielo. Pero su justicia, que es también expresión de su amor, requiere que sus almas se purifiquen.
Y entonces, como un Padre que confía en sus hijos, Dios nos pide ayuda.
Nos entrega los medios para socorrerlas, y considera como hecho a Él mismo todo lo que hagamos por una sola de esas almas que tanto sufren.
También tenemos un deber con esas mismas almas.
¿Quién puede decir con certeza que no hay entre ellas alguien que sufre por culpa de nuestras negligencias, de un mal consejo, de un escándalo que dimos sin pensar?
¿Podemos quedarnos de brazos cruzados, diciendo:
«Yo no soy responsable de esas lágrimas de sangre»?
Y por último, también tenemos un deber con nosotros mismos.
Porque llegará el día —más pronto de lo que creemos— en que necesitaremos que otros recen por nosotros.
San Ambrosio lo dijo con claridad:” Todo lo que la piedad nos inspira hacer por nuestros difuntos, se convierte en méritos para nosotros; y al final de nuestra vida, recibiremos cien veces lo que hayamos ofrecido.”
Cada oración, cada sacrificio, cada Misa que ofrecemos por las almas del purgatorio es una mano tendida, un acto de amor que las acerca a la dicha eterna.
No lo dejemos para mañana.
Practiquemos esta caridad que Dios bendice:
la caridad que abre las puertas del Cielo
—para quienes la ejercen y para quienes la reciben—.
Esa caridad es el verdadero pasaporte del cristiano para la eternidad.
Únete hoy al Oratorio de Almas del Purgatorio y convierte tu oración en un acto de amor que traspasa el tiempo y la eternidad.
¡Ellos te necesitan… y un día tú también agradecerás que alguien haya rezado por ti!
Foto : «The Destruction of Jerusalem by Titus» (1846) – Wilhelm von Kaulbach, Public domain, via Wikimedia Commons
