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¿Podemos permanecer sordos al grito de las almas del purgatorio?

Estamos unidos a las almas del purgatorio por una cadena espiritual que no se rompe. Como nosotros, fueron creadas a imagen de Dios, redimidas por la sangre de Cristo y regeneradas en las aguas del bautismo. Compartimos con ellas la misma fe, la misma esperanza, la misma pertenencia a la Iglesia, Madre que nos ha nutrido y conducido.

Pero hoy, esas almas sufren. Están cautivas en la purificación necesaria antes de entrar en la visión de Dios. No pueden ayudarse a sí mismas. Dependen de nosotros. Y nos preguntamos: ¿no tenemos, como cristianos, el deber sagrado de socorrerlas?

Si en una familia los hijos comparten penas y alegrías, ¿cómo no sentir compasión por nuestros hermanos y hermanas de fe que gimen en esas llamas purificadoras? ¿Podemos permanecer indiferentes ante su clamor? San Juan nos lo recuerda: “Hijitos míos, no amemos de palabra, sino de verdad y con obras”.

Con nuestras oraciones, sacrificios y misas, podemos aliviar sus dolores y apresurar su entrada en la gloria eterna. Tal vez entre esas almas están un padre, una madre, un hermano, una esposa, un amigo… Y ellas, desde el silencio, nos llaman:

“¡Ven en mi ayuda! Llevo tanto tiempo esperando… Sólo te tengo a ti, y no vienes. Ven con tu oración, con tu amor, con tus sacrificios. Ven y arráncame de esta espera dolorosa. Llévame a Dios”.

¿Seremos capaces de cerrar el oído a un llamado tan ardiente? Y peor aún, ¿no hemos considerado que quizá nuestros pecados contribuyeron a hacer más pesado su purgatorio? Si amamos de verdad a quienes nos precedieron, mostremos ese amor con obras: recemos por ellos, mandemos celebrar misas, ofrezcamos penitencias.

Ellos nos necesitan hoy, y nosotros los necesitaremos mañana. No los olvidemos.

Un ejemplo conmovedor lo ofrece el padre Hermann, un judío convertido en 1864. Había orado sin cesar por la conversión de su madre, pero ella murió sin recibir el bautismo. Desgarrado, se postró ante el sagrario y exclamó: “Señor, te lo di todo, y me negaste el alma de mi madre”. Entonces escuchó una voz: “Hombre de poca fe, tu madre está salvada. Tus oraciones fueron escuchadas. En su última hora, al verme, exclamó: ‘¡Señor mío y Dios mío!’ Ahora tu oración liberará pronto su alma del purgatorio”. Más tarde, otra aparición le confirmó que su madre había entrado en el Cielo.

¡Qué consuelo! ¡Qué lección! La oración puede arrancar a nuestros seres queridos del fuego purificador y elevarlos a la gloria.

Y no olvidemos nunca a la Reina del Cielo. Los santos aseguran que la Virgen Santísima, Madre de Misericordia, baja cada sábado al purgatorio. Con sus manos puras arranca de aquellas llamas a innumerables almas y las lleva a la dicha eterna.

¡Qué esperanza para nosotros y para quienes amamos! Cuando nuestras oraciones, sacrificios y misas se unan al Corazón Inmaculado de María, el purgatorio se vaciará más rápido y muchas almas volarán al encuentro de Dios.

Confiemos en Ella. Oremos con Ella. Amemos con Ella. Y cuando llegue nuestra hora, también encontraremos en sus brazos la mano que nos sacará de la espera para introducirnos en la eterna luz de Cristo.

Fuente: Padre Martin Berlioux, Un mes con las almas del purgatorio

Foto: Image IA – ChatGPT (OpenAI)

Únete al Oratorio de las Pobres Almas del Purgatorio.

Oratorio Virtual por las Almas del Purgatorio – España

Quien ayuda a las almas olvidadas, encontrará en el día de su juicio la ayuda poderosa de esas mismas almas, agradecidas por toda la eternidad.

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