El Purgatorio no es una invención piadosa ni una metáfora poética: es una realidad terrible y consoladora a la vez. Es el lugar donde las almas justas expían sus deudas con la Justicia divina antes de entrar en la visión bienaventurada de Dios. Nadie manchado puede entrar en la Gloria. Allí, en ese fuego purificador, las almas se limpian para presentarse dignas ante el Esposo divino.
Existen dos caminos que conducen a este lugar de expiación: el camino del pecado mortal y el del pecado venial.
El camino del pecado mortal
El pecado mortal, por su naturaleza misma, no se detiene en el Purgatorio: su desenlace es mucho más espantoso, pues arroja al alma al abismo del Infierno. Cuando la muerte sorprende a un alma en pecado mortal, ésta se encuentra oscurecida, enemiga de Dios, incapaz de soportar la luz divina que se le aparece en el instante supremo.
Sin embargo, ¡bendita sea la Misericordia de Dios! Si el pecador se arrepiente sinceramente y se confiesa, obtiene el perdón sacramental. La culpa desaparece y la amistad con el Señor se restablece. Pero la deuda con la Justicia permanece. Esa pena debe pagarse. Si no lo hacemos en vida —con penitencias, oraciones, indulgencias y obras de reparación— nos aguardará el Purgatorio, con sus tormentos purificadores.
¡Qué purgatorios tan largos y espantosos esperan a los pecadores que durante años se han entregado a la tibieza, a la pereza y a las pasiones! La penitencia sacramental, hecha con ligereza o sin fervor, apenas reduce su deuda. Y hoy, ¿quién se mortifica de verdad? ¿Quién ayuna con espíritu de reparación? ¿Quién busca ganar indulgencias? Muy pocos.
Los que más necesitan expiar, son los que menos penitencia hacen. Resultado: innumerables pecados, poquísima reparación. ¡Cuántos cristianos van a parar inevitablemente al Purgatorio!
Si nuestra vida ha estado marcada por faltas graves, esta reflexión debe estremecernos. Debe impulsarnos a abrazar la penitencia con generosidad y, al mismo tiempo, a rezar con fervor por aquellas almas que sufren ahora en el Purgatorio, purgando culpas semejantes a las nuestras.
El camino de los pecados veniales
No olvidemos: también los pecados veniales abren el camino al Purgatorio. No condenan eternamente, pero son innumerables y hacen al alma deudora ante Dios. Incluso santos tan puros como San Luis Rey confesaban tener mucho que reprocharse.
Nuestra vida está salpicada de pecados veniales: pensamientos inútiles, juicios apresurados, conversaciones ociosas, murmuraciones, vanidad, pereza, pérdida de tiempo… Parecen ligeros, pero su acumulación es un peso tremendo que retrasa la unión con Dios.
Peor aún: algunas faltas veniales, cometidas con obstinación y frecuencia, rozan ya el pecado mortal. ¿Hacemos penitencia por ellas? ¿O seguimos acumulando deudas sin preocuparnos de pagarlas? Si tu vida está llena de estas faltas y vacía de reparación, entonces sigues este segundo camino… y tu purificación será larga y rigurosa.
¡Cuántos días, meses y hasta años puede necesitar un alma para quedar limpia en el Purgatorio! ¿No es más sensato saldar ahora nuestras cuentas con la Justicia divina? Mientras dura la vida, la Misericordia nos ofrece tiempo. Con un poco de generosidad, con amor y con fervor, podemos ganar indulgencias, practicar la penitencia, hacer sacrificios y obtener misas para reducir esa deuda.
Dite a ti mismo con resolución: “Quiero ajustar mis cuentas con Dios. Quiero aprovechar la vida que me concede su misericordia para satisfacer su justicia. Prefiero pagar ahora, con amor, antes que sufrir mañana, con espanto.”
Invoca a las almas del Purgatorio: ellas, agradecidas, te inspirarán espíritu de penitencia. Y, a cambio, reza por su alivio, su pronto descanso y su eterna felicidad.
Fuente: Padre Martin Berlioux, Un mes con las almas del purgatorio
Foto: Relieve de las benditas ánimas del purgatorio en la iglesia de Santiago de Carril (Vilagarcía de Arousa, Pontevedra). Lameiro, CC BY-SA 4.0 via via Wikimedia Commons
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