A veces, entre tantas cosas que se oyen hoy en día sobre la fe, uno se pregunta por qué ya no se habla del purgatorio. ¿Será que ha dejado de existir? ¿O que ya no hace falta?
Nada de eso. Lo cierto es que el purgatorio está más vivo —y más lleno— de lo que imaginamos. Pero nuestra generación, tan centrada en lo inmediato, ha dejado de comprender una de las obras más sublimes de la Misericordia de Dios.
El misionero francés Martin Berlioux, en su precioso libro Un mes con las almas del purgatorio, lo explica con una claridad que conmueve. Dice que el purgatorio no es ni el Cielo ni el Infierno. No es el lugar de la gloria eterna, donde solo entra lo puro. Ni es el lugar de la condenación, donde ya no hay redención posible. Es un estado intermedio. Un tiempo de purificación. Un fuego que quema, sí… pero que no destruye. Que duele, pero que salva.
Muchos santos y doctores lo han dicho. El alma que muere en gracia de Dios, pero aún con manchas, con apegos, con faltas no expiadas, no puede ver a Dios todavía. No porque Él no quiera, sino porque ella misma no está lista. Y Dios, en su infinita sabiduría, preparó un lugar para terminar esa limpieza: el purgatorio.
Berlioux lo define así: “Se parece al infierno por la severidad de sus penas, pero al Cielo por la santidad de las almas que allí sufren.”
¿Y qué sufren exactamente esas almas? No es un castigo vengativo. No es la furia de Dios. Es el ardor del amor que todavía no puede abrazar a quien ama. Es el dolor de una separación que va terminando, poco a poco, hasta que el alma está lista para el abrazo eterno.
¿Te imaginas lo que es eso? Saber que estás salvado… pero aún no puedes mirar a tu Dios. Tener el Cielo tan cerca… pero tener que esperar. Cada minuto allí es un siglo de ansias. Y por eso, cada oración que hacemos por esas almas es un alivio real. Un consuelo verdadero. Un paso más cerca de la luz.
El Padre Berlioux llega a decir que el purgatorio es como un “octavo sacramento”, un “sacramento de fuego”, para aquellas almas que no lograron alcanzar la pureza total con los sacramentos recibidos en vida. ¿No es eso emocionante? Incluso después de la muerte, Dios sigue obrando para salvarnos. Y lo hace con Amor, aunque a veces ese Amor tenga forma de dolor.
Por eso no deberíamos olvidar esta verdad. Porque nos toca de cerca. Hoy puede ser un padre, una madre, un abuelo, un amigo… mañana, podríamos ser nosotros mismos los que estemos allí, esperando.
Y aquí viene algo importante: nosotros podemos ayudarles. Con una Misa ofrecida. Un Rosario rezado con intención. Una indulgencia. Un sacrificio escondido. Una oración sincera. Todo eso tiene valor. Todo eso acorta la espera, alivia el fuego, abre el Cielo.
El propio P. Berlioux cuenta una experiencia que vivió con la muerte de su padre. Lejos de su familia, sin poder despedirse, sin poder cerrar sus ojos como habría querido. Pero desde el altar, al ofrecer la Santa Misa, sentía que no lo había perdido. Sentía que su oración lo alcanzaba en el purgatorio, que le daba consuelo, que le abría el Cielo, y que su padre le esperaba allí, en la Casa del Padre.
¿No es esa una de las imágenes más bellas de nuestra fe? Una fe que ama más allá de la muerte.
Una fe que no olvida. Una fe que reza por los muertos como por los vivos.
Y tú, querido lector, ¿has rezado hoy por algún alma del purgatorio? ¿Has ofrecido algo por ellas?
Si lo haces, estás practicando una de las obras más nobles de la caridad cristiana. Y un día, cuando tú también estés esperando —Dios lo quiera que en gracia—, alguien hará lo mismo por ti.
El purgatorio no es una amenaza. Es un don. Es el último gesto de amor de Dios para las almas que ha salvado, pero aún no están listas para abrazarlo. Es Misericordia con mayúscula.
No tengamos miedo de hablar del purgatorio. No tengamos miedo de pasar por él. Pero sobre todo, no tengamos miedo de amar a quienes ya están allí, con nuestras oraciones, sacrificios y actos de fe.
Porque ese fuego, aunque queme… lleva al Cielo. Y en el fondo, no es otra cosa que el Amor de Dios que purifica.
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Luis Fernández García, CC BY-SA 3.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0, via Wikimedia Commons