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Mi corazón se arrodilló en Genazzano

Aún recuerdo la primera vez que tomé la sinuosa carretera de Genazzano. Era primavera. La luz era suave, las colinas del Latium apacibles, y todo en el aire parecía invitarme al silencio. Este pueblecito, aún ignorado por tantos peregrinos, me pareció una joya enterrada, preservada, suspendida entre el cielo y la tierra. He vuelto muchas veces desde entonces. Y cada visita ha dejado en mí una huella indeleble.

Genazzano es un lugar como ningún otro. Nada más entrar, uno siente que abandona este mundo, sin dejar de vivir en él. Las viejas casas, como incrustadas en la montaña, te observan en silencio, como si te reconocieran como alguien que vuelve al redil. Todo es calma. Todo es acogedor. Te sientes esperado.


Una peregrinación del corazón en Genazzano

Pero no es hasta que entras en el santuario cuando tu corazón se aprieta una forma muy especial. Siempre atravieso la puerta con cierta reverencia, como si entrara en otra época. El aire es más pesado, pero es un peso suave, el de la presencia. No es sólo devoción, sino un encuentro.

Y allí, al fondo de la nave, en esta capilla bañada de luz, está ella. Suspendida, casi flotando, esta pequeña imagen de la Virgen y su Niño parece llamarte por tu nombre. Esa mirada, tan profunda, tan tierna, tan verdadera… La sentía cada vez, como una palabra silenciosa que me decía: «¿Por qué has tardado tanto en volver? Y al mismo tiempo, todo en mi interior se calmaba, porque comprendía que en realidad nunca me había marchado.


María habla sin palabras

Ante la Madre del Buen Consejo, las preguntas superficiales se desvanecen. Entras en una conversación del corazón, de las que sólo se pueden tener con una madre. Ya no se trata de preguntar, sino de escuchar. De todo lo que viví allí, eso fue lo que más me conmovió: la impresión de que María me respondía sin mediar palabra, pero con una claridad desarmante. Me mostró los nudos que no había podido desatar, los caminos que ya no me atrevía a tomar, los errores que debía reparar. Me enseñó sin juzgarme. Me aconsejaba sin imponerme. Y cada vez, salía de aquel santuario cambiado. Más ligero. Guiado.

La primera parada del Papa: un acto de fe en Genazzano

Entiendo por qué el Papa León XIV quiso hacer de Genazzano la primera parada de su pontificado. No fue un gesto simbólico, fue un acto de fe. Él sabe, como yo, como todos los que han venido aquí, que este lugar es un refugio, un faro, una fuente. Que esta Virgen, que vino milagrosamente de Albania en una nube, sigue iluminando a quienes buscan una luz en la noche. Y que, bajo su mirada, todos pueden encontrar la paz, la claridad y la gracia de ponerse de nuevo en camino.

Este misterioso vínculo entre el santuario de Genazzano y el antiguo cristianismo albanés siempre me ha conmovido profundamente. Esta imagen de la Madre del Buen Consejo tiene una historia sagrada, marcada por el exilio, la lucha y la fidelidad. En el siglo XV, cuando Albania se defendía heroicamente de la invasión musulmana bajo el liderazgo del valeroso Scanderberg, fue en medio de este tumulto cuando se produjo un milagro sobrecogedor. La santa imagen, venerada en Shkodër, se desprendió milagrosamente del muro de su santuario, se elevó en el aire, envuelta en una nube blanca, y cruzó el mar Adriático, guiada por dos fieles soldados y llevada por manos angélicas.


Una luminosa cascada de maravillas divinas

El icono milagroso puede verse aún hoy en la capilla lateral izquierda del santuario, protegido por una elegante reja de hierro forjado del siglo XVII. Se trata de un fresco, pintado por una mano desconocida sobre una fina capa de yeso o porcelana, apenas más gruesa que una cáscara de huevo. Con unas medidas de 31 cm de ancho por 42,5 cm de alto, esta santa imagen tiene una característica sorprendente: parece colgar de un dedo en la pared, sin ningún soporte visible – un segundo milagro, aún verificable, que amplía el misterio de su venida celestial.

Fue en Genazzano, en la iglesia en ruinas que la beata Petruccia di Nocera estaba restaurando, donde aterrizó el 25 de abril de 1467, fiesta de San Marcos. Toda la ciudad fue testigo de este descenso celestial. Desde entonces, los milagros se han multiplicado. El Papa Pablo II ordenó una rigurosa investigación, y los notarios registraron los prodigios realizados por la Virgen. Incluso Albaneses acudieron a identificar el icono que había desaparecido de su patria. Todo esto consta en los archivos. Y aún hoy, al arrodillarme ante esta imagen, suspendida como por milagro, siento el eco de este viaje prodigioso, de este vuelo sagrado que une el Oriente martirizado con la fe de Occidente.


Genazzano: de vuelta a casa

El santuario que hoy conocemos es fruto de esta historia: un lugar de exilio convertido en hogar. Un cuadro milagroso, sostenido por la Providencia, y ofrecido al mundo como un consejo vivo. Sí, la Madre del Buen Consejo no habla sólo a los corazones perdidos, habla también a las naciones, a las civilizaciones en crisis, a los cristianos que buscan la luz en la oscuridad. Y en Genazzano, en aquel silencio habitado, vi cómo me enseñaba que el verdadero consejo no viene nunca del ruido del mundo, sino de la suave voz de Aquella que nos conduce, paso a paso, hasta su Hijo.

Genazzano me enseñó a escuchar. A callar, a veces. A esperar, siempre. Fue allí donde, en los momentos difíciles, volví a buscar el consejo que necesitaba. Y sé que volveré de nuevo. Porque, en este santuario perdido a las puertas de Roma, la Madre del Buen Consejo nunca deja de esperarnos.

Fuentes : https://www.tesorosdelafe.com/articulo-405-nuestra-senora-del-buen-consejo-de-genazzano – https://www.tesorosdelafe.fatima.org.pe/articulo-1181-la-ciudad-de-genazzano – https://www.tesorosdelafe.com/articulo-1663-en-este-siglo-de-confusion-oh-madre-del-buen-consejo-ruega-por-nosotros

Foto :  Anonymous author, Public domain via Wikimedia Commons.

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