Hoy relataremos la espeluznante historia de la aparición de un alma del purgatorio. Es un caso insólito, porque dicha alma es la de un sacerdote. El hecho es verídico y se puede encontrar en el libro sobre la vida de Santa Margarita María Alacoque, publicado por el monasterio de Paray-le-Monial, en Francia, en 1923.
Santa Margarita María, comienza la historia con el siguiente relato:
«Una vez, estando delante del Santísimo Sacramento, en la fiesta del Santísimo Sacramento, apareció de repente delante de mí una persona ardiente, cuyo ardor me penetró tan fuertemente que me pareció arder con ella. El deplorable estado en que me mostró que estaba en el purgatorio me hizo derramar muchas lágrimas».
De entrada, esta aparición está en consonancia con la doctrina católica. En efecto, la Iglesia enseña que las almas del purgatorio aparecen o se manifiestan a los fieles de diferentes maneras. Las almas del purgatorio pertenecen a la Iglesia llamada sufriente, es decir, a los fieles que han muerto en estado de gracia pero que necesitan pagar por sus faltas. Al no estar preparadas para ver a Dios, pasan por el purgatorio para purificarse.
En esta visión, aparece todo el horror del sufrimiento del purgatorio. La persona está «toda en llamas«, envuelta en fuego, una bola de fuego, cuyo calor irradiaba hacia Santa Margarita, que «parecía arder con él«.
El relato continúa: «Me dijo que era el monje benedictino que me había recibido un día en confesión, que me había ordenado comulgar, y que por eso Dios le había permitido dirigirse a mí para aliviarla de sus penas, pidiéndome, durante tres meses, todo lo que podía hacer y sufrir.»
Es decir, el alma del purgatorio pertenecía a un sacerdote a quien Dios había permitido pedir la ayuda de santa Margarita María para poder salir pronto del purgatorio.
Había sido su confesor y le había permitido comulgar. En esta época, el siglo XVII, los fieles debían tener la autorización de un sacerdote para comulgar. Era una gracia que le concedía su confesor.
Ahora bien, este sacerdote, que estaba en el purgatorio, vino a pedir a Santa Margarita María tres meses de sufrimiento y oraciones «para aliviar sus penas».
He aquí otro aspecto que coincide con la enseñanza de la Iglesia sobre las almas del purgatorio.
En efecto, la Iglesia enseña que las almas del purgatorio ya no tienen méritos. Ya han sido juzgadas. Su destino está sellado. Sin embargo, pueden pedir oraciones y sacrificios por los que están en la tierra, es decir, los miembros de la Iglesia militante. Por eso es importante rezar y sufrir siempre por las pobres almas del purgatorio.
Santa Margarita continúa dicendo: «Lo que le prometí, después de pedir permiso a mi superior. Me dijo que las razones de sus grandes aflicciones eran que había preferido sus propios intereses a la gloria de Dios, porque estaba demasiado apegado a su reputación; la segunda era su falta de caridad hacia sus hermanos, y la tercera era el exceso de afecto natural que tenía por las criaturas y los muchos testimonios que les había dado en conversaciones espirituales, lo que desagradaba mucho a Dios.»
En este texto, es maravilloso ver el amor a la obediencia de Santa Margarita. Antes de aceptar la petición de esta alma en pena, va a pedir la autorización de la superiora.
Ahora vienen las razones por las que el sacerdote acabó en el purgatorio. Nótese que salvó su alma porque murió en estado de gracia. Pero tenía tres faltas que requerían purificación.
La primera falta: haber favorecido sus propios intereses y estar apegado a su reputación.
Esta es una forma de orgullo en la que una persona pone su propia reputación por encima de la adoración y la obediencia a Dios.
Este pecado puede manifestarse de diversas maneras, como la búsqueda desmedida de alabanzas y reconocimiento, el deseo de mantener una imagen perfecta a los ojos de los demás, el miedo a ser juzgado o criticado negativamente y la negativa a admitir faltas o errores por temor a dañar la propia reputación.
La Iglesia católica enseña que la virtud consiste en buscar la voluntad de Dios y vivir según sus mandamientos, en lugar de buscar la aprobación de los demás.
Segundo pecado: falta de caridad hacia los hermanos.
Según el Compendio de Teología, ascética y mística de Adolphe Tanquerey, teólogo del siglo XIX, el pecado de falta de caridad es la negligencia u omisión de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Este pecado puede manifestarse de diversas maneras, como hacer juicios temerarios, tener antipatías naturales consentidas, palabras duras, airadas o despectivas hacia el prójimo, expresar con orgullo las propias opiniones para humillar al prójimo, sembrar rivalidades y discordias, no soportar y no perdonar a los demás, negarse a ayudar a los necesitados y tener actitudes egoístas e indiferentes ante los problemas de los demás.
La lista es larga, pero hay también una grave falta de caridad que se ha convertido en habitual en nuestros días por parte de muchos responsables de la Iglesia: dar escándalo a los débiles. Dar escándalo es un grave pecado contra el gran mandamiento de Jesucristo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Sí, dar escándalo se considera un pecado grave, y esto se debe a su naturaleza dañina y a la vulnerabilidad de las personas débiles. Al dar escándalo a estas personas, aumentas el riesgo de que se aparten de la fe o cometan pecados graves.
El pecado de dar escándalo se hace aún más grave para quienes tienen mayor responsabilidad espiritual, conocimiento o influencia. Deben tener especial cuidado de no inducir a otros al error. Los que ocupan posiciones prominentes tienen el deber de guiar y edificar a los que están bajo su autoridad, en lugar de llevarlos al pecado.
Permitidme que os ponga un ejemplo de escándalo, entre los cientos que se producen hoy en la Iglesia y en la sociedad temporal.
Hace unos días, el sacerdote franciscano Markus Fuhrman, actual superior de los franciscanos en Alemania, fue uno de los 120 miembros de la Iglesia católica en Alemania que reveló públicamente su homosexualidad.
Durante los debates preliminares que tuvieron lugar en junio de 2022 para elegir al próximo provincial de los franciscanos en Alemania, confesó su homosexualidad a sus hermanos de comunidad, entre grandes aplausos. Fuhrman declaró entonces: «Queremos ser una Iglesia igualitaria entre los sexos, una Iglesia que esté claramente del lado de los pobres y oprimidos, y una Iglesia sensible a las cuestiones de moral sexual. Porque la forma en que esta moral se ha enseñado oficialmente hasta ahora no sirve para la vida. Esto tiene que cambiar o desarrollarse más«.
Este es un ejemplo del pecado de escándalo que lleva a otros al pecado.
El tercer pecado que llevó al sacerdote benedictino al purgatorio fue el «excesivo afecto natural por las criaturas«.
El pecado de «afecto natural por las criaturas» se refiere a la tendencia humana a apegarse excesivamente a las cosas terrenales en detrimento de las realidades espirituales y del servicio a Dios. Este pecado se produce cuando una persona pone su felicidad y satisfacción en las cosas materiales, como la riqueza, los placeres sensuales, el poder o el prestigio, en lugar de buscar la voluntad de Dios y su bien espiritual.
Según la doctrina católica, el apego desordenado a las criaturas puede conducir a la idolatría, el egoísmo, la avaricia y la injusticia, impidiendo la santificación y la búsqueda de la virtud.
El pecado del afecto natural a las criaturas se considera una ofensa al primer mandamiento, que nos llama a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.
El relato de la aparición de esta alma del purgatorio termina diciendo: “Los tres meses que siguieron fueron para Margarita María tres meses del más amargo martirio. Le parecía que vivía en el fuego. Pero este martirio de llamas tuvo su florecimiento de gracias. Al final de este tiempo, llena de alegría y de gloria, la religiosa liberada partió hacia la felicidad eterna. Agradeciendo a su libertador, prometió protegerla ante Dios».
Con estas reflexiones, queda claro lo difícil que es no pasar por el purgatorio. Sin embargo, quiero recordar aquí que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús vino para los débiles y pecadores. Un día, Nuestro Señor dijo a Santa Margarita María: «Los pecadores encontrarán en mi Corazón un océano infinito de misericordia» y agregó que «Las personas que difundan esta devoción tendrán sus nombres inscritos para siempre en mi Corazón».
Ignacio García Toledo
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